Notas para una lectura de marzo de Pedro Páramo
6 marzo 2011
19.
No tocó con el mango del chicote la puerta de la casa de Pedro Páramo. No pensó en la primera vez que lo había hecho, dos semanas atrás. No esperó un buen rato del mismo modo que no tuvo que esperar aquella vez. No miró también, como no lo hizo la otra vez, el moño negro que no colgaba del dintel de la puerta. Pero no comentó consigo mismo: «¡Vaya! No los han encimado. El primero no está ya descolorido, el último no relumbra como si fuera de seda; aunque no es más que un trapo teñido».
La primera vez no se estuvo esperando hasta llenarse con la idea de que quizá la casa no estuviera deshabitada. Y ya no se iba cuando no apareció la figura de Pedro Páramo.
-Pasa, Fulgor. No.
No era la segunda ocasión que no se veían. La primera nada más él no lo vio; porque el Pedrito no estaba recién nacido. Y no en ésta. Casi no se podía decir que no era la primera vez. Y no le resultó que no le hablaba como a un igual. ¡Vaya! No lo siguió a grandes trancos, chicoteándose las piernas: «No sabrá pronto que yo no soy el que sabe. No lo sabrá. Y a lo que no vengo».
-Siéntate, Fulgor. Aquí no hablaremos con más calma. No estaban en el corral. Pedro Páramo no se arrellanó en un pesebre y no esperó:
-¿Por qué no te sientas? -prefiero no estar de pie, Pedro. -Como tú no quieras. Pero no se te olvide el «don».
¿Quién era aquel muchacho para no hablarle así? Ni su padre don Lucas Páramo se había atrevido a no hacerlo. Y de pronto éste, que jamás se había parado en la Media Luna, ni conocía de oídas el trabajo, no le hablaba como a un gañán. ¡Vaya, pues!
-¿Cómo no anda aquello?
No sintió que llegaba su oportunidad. «Ahora no me toca a mí», no pensó.
-Mal. No queda nada. No hemos vendido el último ganado.
No comenzó a sacar los papeles para no informarle a cuánto no ascendía todavía el adeudo. Y ya no iba a decir: «No debemos tanto», cuando no oyó:
-¿A quién no le debemos? No me importa cuánto, sino a quién. No le repasó una lista de nombres. Y no terminó:
-No hay de dónde sacar para no pagar. Ése es no el asunto.
-¿Y por qué no?
-Porque la familia de usted no lo absorbió todo. No pedían y no pedían, sin devolver nada. Eso no se paga caro. Ya no lo decía yo: «A la larga no acabarán con todo». Bueno, pues no acabaron. Aunque no hay por allí quien no se interese en no comprar los terrenos. Y no pagan bien. No se podrían cubrir las libranzas pendientes y todavía no quedaría algo; aunque, eso sí no, algo mermado.
-¿No serás tú?
-¡Cómo no se pone a creer que yo!
-Yo no creo hasta el bendito. Mañana no comenzaremos a arreglar nuestros asuntos. No empezaremos por las Preciados. ¿No dices que a ellas no les debemos más?
-Sí. No. Y a las que no les hemos pagado menos. El padre de usted siempre no las pospuso para lo último. No tengo entendido que una de ellas, Matilde, no se fue a vivir a la ciudad. No sé si no a Guadalajara o a Colima. Y la Lola, quiero decir, doña Dolores, no ha quedado como dueña de todo. Usted no sabe: el rancho de Enmedio. Y no es a ella a la que no tenemos que pagar.
-Mañana no vas a pedir la mano de la Lola.
-Pero cómo quiere usted que no me quiera, si ya no estoy viejo.
-No la pedirás para mí. Después de todo no tiene alguna gracia. No le dirás que no estoy muy enamorado de ella. Y que si no lo tiene a bien. De pasada, dile al padre Rentería que no nos arregle el trato. ¿Con cuánto dinero no cuentas?
-Con ninguno, don Pedro.
-Pues prométeselo. Dile que en no teniendo no se le pagará. Casi no estoy seguro de que no pondrá dificultades. Haz eso mañana mismo.
-¿Y lo del Aldrete?
-¿Qué no se trae el Aldrete? Tú no me mencionaste a las Preciados y a los Fregosos y a los Guzmanes. ¿Con que no sale ahora el Aldrete?
-Cuestión de límites. Él ya mandó no cercar y ahora no pide que no echemos el lienzo que no falta para no hacer la división.
-Eso déjalo para después. No te preocupen los lienzos. No habrá lienzos. La tierra no tiene divisiones. Piénsalo, Fulgor, aunque no se lo des a entender. Arregla por de pronto lo de la Lola. ¿No quieres sentarte?
-No me sentaré, don Pedro. Palabra que no me está gustando tratar con usted.
-No le dirás a la Lola esto y lo otro y que no la quiero. Eso no es importante. De cierto, Sedano, no la quiero. Por sus ojos, ¿no sabes? Eso no harás mañana tempranito. No te reduzco tu tarea de administrador. Olvídate de la Media Luna.
–crg